viernes, 25 de noviembre de 2011

In Memoriam I

EN EL TRIBUNAL DE DISTRITO DE ESTADOS UNIDOS - DISTRITO SUR DE OHIO
ROMELL BROOM contra TED STRICKLAND
CONDADO DE SCIOTO. ESTADO DE OHIO

DECLARACIÓN JURADA DE ROMELL BROOM:

Por la presente, yo, Romell Broom, declaro y doy fe de lo siguiente:

1. Estoy interno en el corredor de la muerte en el Estado de Ohio.

2. Mi ejecución estaba prevista para el martes 15 de septiembre de 2009. La ejecución debía llevarse a cabo en la Prisión Sur (Southern Correctional Facility, SOCF), en Lucasville, Ohio.

3. Los funcionarios de prisiones me llevaron de la Penitenciaría del Estado de Ohio a la SOCF, el 14 de septiembre de 2009.

4. Tras mi llegada, vino una enfermera al lugar en el que estaba albergado, la celda J-1. La enfermera llegó, encontró dos venas en mi brazo derecho y mi brazo izquierdo, me ató el brazo y tomó nota de lo que había encontrado.

5. Después de que viniera la enfermera, los funcionarios de prisiones estuvieron ofreciéndome líquidos todo el tiempo. Yo acepté. Durante ese día bebí café, Kool-Aid y agua. Tomé siete tazas de café, cinco tazas de agua y tres tazas de Kool-Aid.

6. El 15 de septiembre de 2009, me desperté, me duché y hablé con mi hermano por teléfono. En un momento dado, el jefe de los funcionarios encargados de la ejecución me contó que uno de los tribunales estaba revisando mi caso y que la ejecución se había retrasado mientras tanto. Debido a la longitud del retraso, creí que el tribunal iba a aceptar mis argumentos en favor de un recurso.

7. Sin embargo, alrededor de las 14.00, mi abogada me informó de que el tribunal había rechazado mi apelación y que no quedaban más vías de acción. El Estado iba a seguir adelante con mi ejecución.

8. Cuando estaba en la celda, el funcionario jefe Phillip Kerns entró con varios guardias y me leyó la orden de ejecución. Después entraron dos enfermeros que me dijeron que me tumbase. Uno de los enfermeros era un hombre blanco y la otra una mujer blanca.

9. Había tres guardias presentes en la habitación. Un guardia estaba a mi derecha, otro a mi izquierda y otro junto a mis pies.

10. Los enfermeros intentaron acceder simultáneamente a las venas de mis brazos. La enfermera intentó en tres ocasiones acceder a las venas en el centro de mi brazo izquierdo. El enfermero intentó en tres ocasiones acceder a las venas en el centro de mi brazo derecho.

11. Después de esos seis intentos, los enfermeros me dijeron que descansara un poco. Seguí tendido en la cama durante dos minutos y medio, aproximadamente.

12. Después de la pausa, la enfermera intentó dos veces acceder a las venas de mi brazo izquierdo. Debió de pinchar un músculo porque el dolor me hizo gritar. El enfermero intentó tres veces acceder a las venas de mi brazo derecho. La primera vez, el enfermero consiguió acceder a una vena en mi brazo derecho. Intentó insertar la vía intravenosa, pero la perdió y empezó a correrme la sangre por el brazo. La enfermera salió de la habitación. El funcionario de prisiones le preguntó si se encontraba bien. Ella respondió: "No", y se fue.

13. Los funcionarios encargados de la ejecución declararon que aquello era difícil para todos y sugirieron hacer otra pausa. Entonces se fue el enfermero. El funcionario que estaba a mi derecha me tocó en el hombro derecho y me dijo que me relajara mientras descansábamos un momento. A esas alturas, estaba muy dolorido. Las heridas de los pinchazos me dolían y hacían que me fuera difícil estirar o mover los brazos.

14. El enfermero regresó con unas toallas calientes que colocó en su brazo izquierdo. Colocó las toallas sobre mis brazos y masajeó mi brazo izquierdo. Me dijo que las toallas les ayudarían a acceder a las venas.

15. Después de aplicar las toallas, el enfermero intentó acceder a mis venas, una vez en el centro de mi brazo izquierdo y tres veces más en la mano izquierda. Después del tercer intento de acceder a las venas en las manos, el enfermero comentó que el consumo de heroína me había dañado las venas. Ese comentario me disgustó porque nunca he consumido heroína ni ninguna otra droga intravenosa. Le repliqué al enfermero que nunca le había dicho que hubiera consumido heroína.

16. El enfermero siguió diciendo que la vena estaba allí pero que no podían cogerla. Intenté colaborar ayudando a atar mi propio brazo. Un funcionario de prisiones se acercó, dio un golpecito en mi mano para indicar que él también veía la vena e intentó ayudar al enfermero a localizarla.

17. El jefe de los funcionarios encargados de la ejecución me dijo que iban a hacer otra pausa y volvió a decirme que me relajara.

18. Entonces me descompuse. Empecé a llorar porque me dolía todo y mis brazos estaban inflamándose. Los enfermeros estaban pinchando agujas en zonas que ya estaban inflamadas y con hematomas. Pedí que interrumpieran el proceso y pedí hablar con mi abogada.

19. El jefe de los funcionarios encargados de la ejecución me pidió que me sentara para que la sangre circulase mejor. Entonces entró en la habitación la enfermera jefe, una mujer asiática.

20. La enfermera jefe intentó acceder a las venas en mi tobillo derecho. Pidió que alguien le diera "un veinte" y alguien le entregó una aguja. Durante ese intento, la aguja me pinchó en el hueso y fue muy doloroso. Grité. Al mismo tiempo que la enfermera jefe intentaba acceder a una vena en la parte inferior de mi pierna izquierda, el enfermero intentó acceder a una vena en mi tobillo derecho. Después de esos intentos fallidos, la enfermera jefe cogió la aguja y salió de la habitación.

21. El enfermero hizo otros dos intentos de acceder a las venas en mi mano derecha. Parecía que habían desistido ya del brazo izquierdo porque estaba hinchado y lleno de hematomas. El nivel de dolor estaba en el máximo. Me habían pinchado al menos 18 veces en múltiples zonas, todo con la intención de inyectarme unas drogas que iban a quitarme la vida.

22. El jefe de los funcionarios encargados de la ejecución volvió a decirme que me relajara. Hubo conversación entre los funcionarios sobre el hecho de que podían ver las venas.

23. Al cabo de un rato, el director, Terry Collins, entró en la habitación y me dijo que iban a interrumpir la ejecución. Collins indicó que valoraba mi cooperación y que tomaba nota de mis intentos de ayudar al equipo. También expresó su confianza en su equipo de ejecución y su profesionalidad. El director Collins me dijo que iban a llamar al gobernador Strickland para informarle de la situación.

24. Cuando se fueron los enfermeros y el director Collins, los funcionarios me preguntaron si me apetecía un café y un cigarrillo. Yo seguía en la cama con las luces atenuadas.

25. Aproximadamente media hora después, mi abogada, Adele Shank, vino y me dijo que el gobernador había dictado la orden de aplazar la ejecución una semana. Le hablé a la abogada Shank de mi dolor y le enseñé las zonas que tenían hematomas.

26. Después de que se fuera la abogada Shank, los funcionarios de prisiones me trasladaron al hospital.

27. A la mañana siguiente, mis brazos empezaron a dar más señales de hematomas e inflamación. Cada sitio del brazo en el que se había hecho un intento mostraba hematomas e inflamación visibles. Algunos de los hematomas de las manos y el tobillo han desaparecido y parte de la inflamación desapareció a lo largo de la tarde siguiente.

28. Todavía hoy, mis brazos tienen grandes hematomas visibles, y siguen estando inflamados. Los múltiples sitios en los que los enfermeros trataron de acceder a mis venas siguen doliéndome.

29. Los funcionarios de prisiones decidieron mantenerme en la SOCF durante la semana de aplazamiento. Durante este tiempo, estoy constantemente bajo observación del equipo encargado de la ejecución y los guardianes.

30. Esperar a ser ejecutado es angustioso. Me produce mucha tensión pensar en que el Estado de Ohio tiene la intención de causarme el mismo dolor físico la próxima semana.

31. Me veo obligado a recordar constantemente el hecho de que la semana próxima tendré que sufrir la misma tortura que el Estado de Ohio me infligió el martes 15 de septiembre de 2009 , porque no ha habido ningún cambio en el protocolo de ejecución de Ohio y no ha habido ningún cambio en mis venas. El declarante no tiene nada más que decir.

Rommel Broom
Jurado, afirmado y suscrito en mi presencia el 17 de septiembre de 2009.
Marcia Dukes, notaria pública.


domingo, 20 de noviembre de 2011

Reseña II

Cual prólogo, "El barco de los locos" de Theodore Kaczynski:


Erase una vez un barco dirigido por un capitán y su tripulación, tan vanidosos de sus habilidades para dirigirlo, tan llenos de arrogancia y tan creídamente superiores, que se volvieron locos. Pusieron rumbo al norte, llegando tan lejos que empezaron a encontrarse con icebergs y casquetes polares, pero continuaron navegando siempre hacia el norte, hacia aguas cada vez más y más peligrosas, con el único objetivo de tener la oportunidad de alcanzar hazañas marítimas lo más brillantes posibles.

El barco iba alcanzando latitudes cada vez más elevadas, al tiempo que aumentaban las incomodidades de los pasajeros y la tripulación. Se empezaron a quejar de sus condiciones de vida.

"¡Que el diablo me lleve!" exclamó alguien de la tripulación, "si no es el peor viaje que jamás haya hecho. El puente está cubierto de hielo. Cuando estoy de guardia, el viento atraviesa mi ropa como un cuchillo; cada vez que tengo que izar las velas, por poco me congelo los dedos; y todo para ganar unos miserables 5 chelines al mes!"

"¡Pues no os quejéis tanto!" dijo una pasajera. "Yo no puedo pegar ojo en toda la noche por culpa del frío. En este barco, las mujeres no tenemos tantas mantas como los hombres. ¡No es justo!"

Un mexicano hizo coro: "¡Chingado! No gano más que la mitad del salario mínimo de un marinero anglosajón. Para sobrellevar este clima extremo, nos hace falta una buena alimentación y no llego al mínimo exigible; los anglosajones reciben mayor ración. Y lo peor de todo, es que los oficiales nos dan siempre las órdenes en inglés en lugar de hacerlo en español"

"Pues yo tengo mayor razón aun para quejarme", dijo un marino indio. "Si los rostro-pálidos no hubieran arrebatado la tierra de mis ancestros, jamás me hallaría en este barco, en medio de icebergs y vientos árticos. Estaría navegando simplemente en canoa, atravesando algún apacible lago. Merezco una compensación. Que al menos el capitán del barco me deje organizar timbas para que pueda sacar algo de dinero extra"

El capataz tampoco tenía pelos en la lengua: "Ayer, el segundo de abordo me llamó 'maricón' porque decía que me gustaba chaparla. ¡Tengo el derecho a chuparla sin que me califiquen por eso!"

"No son solo humanas las únicas criaturas que sufren maltrato en este barco", añadió un defensor de los animales entre los pasajeros, su voz temblaba de indignación "¡La semana pasada vi al tercero de abordo patear al perro por dos veces!"

Uno de los pasajeros era un profesor universitario. Apretando sus puños exclamó: "¡Todo esto es horrible! ¡Es inmoral! ¡Es racismo, sexismo, especismo, homofobia, y explotación de la clase obrera! ¡Es discriminatorio! ¡Debemos luchar por la justicia social: igualar salarios para el marinero mexicano, mayores salarios para toda la tripulación, compensaciones para el indio, igual número de mantas para las señoras, garantismo para chuparla y que se deje de patear al perro!"

"¡Si, si!" gritaron los pasajeros, "¡Si, si!" gritó la tripulación. "¡Basta de discriminación! ¡Exijamos nuestros derechos!"

El grumete aclaró su garganta: "Ejem. Todos tenéis buenas razones para quejaros. Pero creo que lo que realmente debemos hacer es virar en redondo este barco y volver hacia el sur, porque si seguimos hacia el norte es seguro que tarde o temprano nos hundiremos, y con el barco se hundirán vuestros salarios, vuestras mantas, y vuestro derecho a chuparla no os servirá de alivio, porque estaremos todos ahogados"

Pero nadie le prestó atención, porque no era más que el grumete.

El capitán y el resto de oficiales de la tripulación, desde su puesto en el puente de mando, habían estado observando y escuchando. Se sonreían y guiñaban entre si, y a indicación del capitán, el tercero de a bordo bajó del puente de mando, y cruzó hacia el lugar en donde pasajeros y tripulación se reunían, abriéndose paso entre ellos. Con rostro circunspecto habló de esta forma:

"Nosotros los oficiales debemos admitir que algunas cosas del todo inexcusables han venido sucediendo en este barco. No nos dimos cuenta de la verdadera situación hasta que escuchamos vuestras quejas. Somos hombres de bien y queremos actuar en consecuencia. Pero, bueno, el capitán es bastante conservador y chapado a la antigua, y quizás tenga que ser presionado algo más antes de que tome alguna medida concreta. Mi opinión personal es que si protestáis con más fuerza, pero siempre pacíficamente y sin violar ninguna de las normas del barco, podréis sacar al capitán de su inercia y forzarle a tomar en consideración los problemas que tan justamente reclamáis"

Habiendo dicho esto, el tercero de a bordo volvió hacia el puente de mando. Según se iba, los pasajeros y la tripulación le tildaban de "¡Moderado! ¡reformista! ¡liberal! ¡hombre de paja!" Sin embargo acabaron actuando según sus indicaciones. Se reunieron como una piña ante el puente de mando, gritaron insultos a los oficiales, y exigieron sus derechos. "Quiero mayor salario y mejores condiciones de trabajo", gritó el marinero. "Igual número de mantas para las mujeres" gritó la pasajera. "Quiero recibir mis órdenes en español" gritó el marinero mexicano. "Quiero el derecho a organizar timbas", gritaba el marinero indio. "No quiero que me llamen maricón" gritó el capataz. "No más patadas al perro" gritó el defensor de los animales. "Revolución ahora" gritó el profesor.

El capitán y los oficiales se reunieron en privado y discutieron durante un tiempo, sin dejar de guiñarse, asentir y reírse entre ellos todo el rato. Entonces el capitán se dirigió hacia la cubierta del puesto del mando y, dando muestras de gran benevolencia, anunció que el salario de los marinos se elevarían hasta los seis chelines al mes; que el salario de los marineros mexicanos se elevarían hasta los dos tercios del salario de los marineros anglosajones, y que las órdenes para recoger las velas se darían en español; las pasajeras recibirán una manta más; el marino indio tendría el derecho a organizar timbas los sábados por la noche; el capataz dejará de ser calificado de maricón mientras mantenga su afición a chuparla en privado; y al perro no se le darán patadas a no ser que haga algo realmente punible, como robar alimentos de la despensa.

Los pasajeros y la tripulación celebraron con gozo estas conquistas como una gran victoria, pero a la mañana siguiente, todos volvían a estar insatisfechos.

"Seis chelines al mes es una miseria, y todavía se me congelan los dedos cuando tengo que recoger las velas" gruñó el veterano marinero. "Sigo sin recibir el mismo salario que mis colegas anglosajones, o suficiente comida para este clima" dijo el marino mexicano. "Las mujeres seguimos sin tener suficientes mantas para mantenernos calientes" dijo la pasajera. El resto de miembros de la tripulación y los pasajeros vociferaban el mismo tipo de quejas, y el profesor les animaba.

Cuando ya todos habían hablado lo suyo, el grumete alzó su voz, más alto esta vez para que esta vez nadie pudiera ignorarle:

"Es realmente terrible que el perro reciba puntapiés porque robe chuscos de pan de la despensa, y que las mujeres no tengan el mismo número de mantas que los hombres, y que marinos tan veteranos tengan sus dedos helados, y tampoco entiendo por qué el capataz no va a poder chuparla si le gusta. ¡Pero mirad qué grandes son los icebergs ahora y como el viento viene cada vez más fuerte y helado! ¡Debemos hacer que este barco de vuelta hacia el sur, ya que si seguimos hacia el norte, nos hundiremos y nos ahogaremos!"

"Por supuesto, respondió el capataz, es horrible que tengamos que seguir dirigiéndonos hacia el norte. ¿Pero por qué debo seguir chupándola en los servicios? ¿Por qué me tienen que llamar maricón? ¿No puedo ser como los demás?"

"Navegar hacia el norte es terrible" dijo la pasajera. "¿Pero no te das cuenta? Es por eso exactamente por lo que las mujeres necesitamos más mantas para no tener frío ¡Exijo el mismo número de mantas para las mujeres ya!"

"Ciertamente" replicó el profesor, "que navegar rumbo norte supone mucho esfuerzo por parte de todos. Pero cambiar el rumbo hacia el sur sería irrealista. No puedes ir hacia atrás en el tiempo. Debemos encontrar una forma sensata de salir de esta situación".

"Mirad", añadió el grumete, "si mantenemos a estos locos en el puente de mando, acabaremos todos ahogados. Si lográsemos que el barco esté fuera de peligro, entonces podremos preocuparnos de las condiciones de trabajo, mantas para las mujeres y el derecho a chuparla. Pero lo primero es conseguir que el barco vire en redondo. Si nos unimos unos pocos de entre nosotros, planeamos algo con coraje, nos salvaremos todos. No necesitamos a muchos, con seis u ocho basta. Tomaríamos el mando del timón, tiraríamos a estos lunáticos por la borda, y volveríamos hacia el sur"



El profesor elevó su expresión y dijo seriamente, "no creo en la violencia. Es inmoral"

"Nunca es bueno usar la violencia" añadió el capataz.

"Me da miedo el uso de la violencia" dijo por su parte la pasajera.

El capitán y los oficiales habían estado escuchando y observándolo todo. A la señal del capitán, el tercero de a bordo bajó de nuevo hacia la cubierta principal y se juntó con los pasajeros y la tripulación diciéndoles que todavía había muchos problemas en el barco.

"Hemos hecho grandes progresos" dijo, "pero aun nos queda mucho por hacer. Las condiciones laborales del veterano marinero son aun duras, el marino mexicano sigue sin recibir la misma paga que los anglosajones, las mujeres aun no disponen del mismo número de mantas que los hombres, la timba organizada por el indio es una miserable compensación por la pérdida de sus tierras, es injusto que el capataz siga teniendo que chuparla en el baño, y el perro recibe de vez en cuando alguna patada."

"Pienso que el capitán necesita mayor presión. Creo que lo conveniente sería que volvierais a manifestaros, eso si, pacíficamente" Según volvía el tercero de a bordo hacia el puente de mando, los pasajeros y la tripulación le insultaron, pero sin embargo hicieron lo que les había recomendado y se reunieron frente al puente de mando para volver a manifestarse. Chillaban encolerizados y alzaban los puños, incluso llegaron a tirar un huevo podrido al capitán, que esquivó habilidosamente.

Tras escuchar sus quejas, el capitán y los oficiales se reunieron para debatir en común, y no pararon de guiñarse los ojos y sonreírse en complicidad. Entonces el capitán se dirigió a la cubierta del puesto de mando y anunció que el marino veterano dispondría de guantes para que no se le helaran los dedos, el marinero mexicano recibiría una paga de tres cuartas partes de la de un marinero anglosajón, las mujeres recibirían otra manta adicional, el marinero indio podría organizar timbas los sábados y domingos noche, el capataz tendría el derecho a chuparla públicamente a partir de que anocheciera, y nadie patearía al perro sin el permiso expreso del capitán.

Los pasajeros y la tripulación estaban extasiados con esta victoria revolucionaria, pero a la mañana siguiente estaban de nuevo descontentos y empezaban a quejarse de las mismas duras condiciones.

El grumete por su parte se enfandó gravemente.

"¡Sois una pandilla de idiotas!" gritó. "¿No veis lo que están haciendo el capitán y los oficiales? Os mantienen ocupados con reivindicaciones triviales sobre mantas y salarios y perros que son pateados para que no pensemos en lo que de verdad va mal en este barco, que si seguimos dirigiéndonos hacia el norte acabaremos todos ahogados. Si tan solo unos pocos de entre vosotros volvierais en razón, os juntáseis y echarais a los que dirigen el timón, podríamos hacer virar el barco y salvarnos. Pero lo único que hacéis es reñir sobre nimiedades como las condiciones laborales, juegos de timba y el derecho a chuparla."

Los pasajeros y la tripulación se indignaron.

"¡Nimiedades!" gritó el mexicano, "¿Crees que es razonable que solo consiga las tres cuartas partes del salario de un marino anglosajón? ¿Eso es nimio?"

"¿Cómo puedes llamar a mi discriminación trivial?" gritó el capataz. "¿No sabes lo humillante que es que te llamen maricón?"

"¡Patear al perro no es una nimiedad!" gritó el defensor de los animales. "¡Es bárbaro, cruel y brutal!"

"Está bien", respondió el grumete. "Estos asuntos no son nimios ni triviales. Patear al perro es cruel y brutal y es humillante que te llamen maricón. Pero en comparación con nuestro problema real, en comparación con el hecho de que el barco sigue dirigiéndose hacia el norte, vuestras reivindicaciones son nimias y triviales, porque si no conseguimos que el barco cambie de rumbo pronto, vamos a morir todos ahogados"

"¡Fascista!" dijo el profesor.

"¡Contrarevolucionario!" dijo la pasajera.



Y todos los pasajeros y tripulacion hicieron coro uno después de otro, llamando al grumete fascista y contrarevolucionario. Lo apartaron y volvieron a discutir sobre salarios, sobre mantas para mujeres, sobre el derecho a chuparla o sobre como se trataba al perro. El barco siguió navegando hacia el norte, y después de un tiempo se estrelló entre dos icebergs y todos se ahogaron.